viernes, 4 de noviembre de 2011

Italia II


Roma


No hay persona que haya estado en la capital del imperio que no me haya recomendado Roma. Así que mi siguiente parada no podía ser otra.



Y tenían toda la razón. Roma es una ciudad muy especial. Lo moderno, lo viejo y lo más viejo se funden entre los callejones y calles escalonadas. Uno puede imaginar, casi sentir, los fantasmas de otras épocas. Una escuadra de soldados del cesar podrían esperar a la vuelta de cualquier esquina. El coliseo podría explotar en un rugido de pueblo y sangre al ritmo de los juegos. Un par de integrantes del senado podrían estar discutiendo sobre dioses y economía en los foros. Podrían. Pero no lo hacen. En su lugar los autos y vespas ocupan las calles y las iglesias y fuentes conviven con las heladerías y los negocios de souvenirs.






Acá también tuve la suerte de vivir la ciudad con un local. Esta vez fue Carlo, un primo de Andrea que me llevo a conocer la noche romana, las zonas más juveniles, una de las mejores pizzas que probé en mi vida y hasta un concierto de una banda italiana. Un groso Carlo. La vida nocturna en Roma no es distinta a la de Milán, Berlín o Buenos Aires pero ir a tomar una cerveza a la vuelta del Panteón, o salir a bailar al frente del Foro Romano produce una sensación muy diferente.






Personalmente no encontré el Vaticano muy interesante, pero seguro hay mucha gente que no estaría de acuerdo con eso. Los edificios son bastante majestuosos y las decoraciones ostentosas. Pero admito que contribuye a esa magia de Roma de poder caminar por épocas tan diferentes a solo unas cuadras de distancia.




En Roma la historia es parte de la vida cotidiana. Esta en el piso, en las paredes, en los techos y en las calles y no detrás de un vidrio. Está ahí para pisarla, para vivirla. Eso es lo especial que tiene la capital Italiana.

domingo, 30 de octubre de 2011

Italia I


Milán

Después de una breve parada en Suiza que no voy a comentar porque perdí el cargador de la máquina en el camino y no tengo ni una foto. Las vías de tren me llevaron a la tierra de mis ancestros maternos, la bella Italia.

La primera parada fue en Milano. En parte porque ahí vive mi tío Giuseppe y quería visitarlo, pero también porque me daba curiosidad conocer el lugar donde mi tía y primo vivieron durante unos años.

Me habían advertido que Milano era gris y triste. Puede que sea gris, muchos edificios y calles, y no tantos árboles y mucho menos colores. Pero no me pareció triste para nada. Mucha gente joven, muchas bicicletas y vespas (la clásica motoneta italiana) y mucho movimiento en general. Entre mi tío Beppe y su sobrino Andrea, también tuve la posibilidad de vivir por lo menos por unas horas la vida de un local.



Lo primero que hicimos fue ir a un lago que quedaba cerca de Milán, del cuál mis abuelos hablaron muchas veces. En medio de unos cerros, con pequeños pueblos dispersos sobre el camino que bordea el lago, costaba creer que el paisaje sea tan diferente al de Milán, estando tan cerca.


Comer pizza y tomar helado fue lo segundo. Indiscutible. Si no era eso, no hubiese sentido que estaba en Italia. Pero no es solo la pizza, los tanos son de buen comer y los sabores y las porciones no decepcionan para nada. Mi tío hasta improviso una cena completa un día con aperitivo, antipasto, pasta y postre en veinte minutos y no había nada que criticar. Los lácteos, frutas, verduras, fiambres y demases son de muy buena calidad por esas tierras y los platos italianos mantienen los sabores sencillos lo que produce una combinación ganadora, muy diferente de otras cocinas como la francesa.






Lo único que no me gusto demasiado de Milán era la cantidad excesiva de negocios de alta moda que poblaban las avenidas y los puntos importantes de la ciudad, y la cantidad de gente que paseaba por la ciudad vestida en esas ropas. Un desperdicio si me preguntan a mí, pero supongo que al igual que París, es parte de la cultura y “Milán” y “Moda” suelen ir de la mano.




Venecia

Con el impecable estado de los trenes en Europa y precios moderados, no fue difícil organizar una escapada de un día a Venecia.

Venecia es una ciudad pequeña. Limitada en muchos aspectos para mantener su espíritu y su fama. Es un poco sucia también, y por momentos hay olores que no le hacen justicia. Los ejércitos de turistas orientales disparan con sus cámaras sin descanso. Pero a pesar de todo, tiene un encanto único que es más fácil de sentir que de ver.





Para empezar, una ciudad sin ruedas. No hay autos ni vespas, su entrada esta prohibida. El medio de transporte son los barcos y eso ya la hace distinta a cualquier otra ciudad. Pero además las calles laberínticas que se cuelan entre los edificios todavía conservan un poco de misterio y los canales, barquitos y puentes están tan integrados a la ciudad que las calles pavimentadas parecen fuera de contexto.


Es fácil dejarse llevar y tratar de imaginar lo que debe haber sido la ciudad muchos años atrás, en la época de los grandes mercaderes y los desbordados lujos de la sociedad veneciana. Cuando el arte y las costumbres no posaban para las fotos de los turistas sino que se preparaban todo el año para los carnavales y los grandes banquetes reales.


Aunque hoy debe ser solo una sombra de lo que alguna vez supo ser, Venecia sigue siendo una ciudad única. Hermosa para visitar, pero tal vez un poco aburrida para vivir.

Prost!!!!

Berlín

La siguiente parada fue Alemania. Fue cuando salí a la sala principal del aeropuerto y empecé a buscar carteles que me lleven hacia la estación de tren cuando me cayó la ficha. El alemán no se parece al español. Ni al ingles. Cagamo…

El primer intercambio cultural estuvo lejos de lo esperado también:
“Hello, do you speak English?” – Le pregunto amablemente a una señora en un puesto de revistas del aeropuerto.
“Do you speak German?” – Me contesta con cara de pocos amigos.
“No… That’s why I asked… in english... right?”
“Where you want to go?”.
“Berlín… Haupbanhhauff” (estación central de tren)– que en realidad sonó a Jop Ban Hof.
“I don’t know what’s that”.

No paso mucho hasta que me di cuenta que la mayoría de la gente joven habla inglés sin problemas, pero es todo lo contrario entre los mayores. Un par de chicos en la estación me indicaron el camino y me explicaron que se dice “JaauupBaunj(flema)auf” (¿y yo que dije?). En menos de una hora ya estaba en el hostel.



Berlín es una ciudad muy particular. Los espacios son grandes. Las veredas, los parques, las platabandas y las avenidas. Los mismos edificios tienen fachadas amplias y techos altos y el hierro crudo y oscuro hace un contraste muy fuerte con el verde de los árboles. Las vías de los trenes son sombrías. Te devuelven la mirada, opaca de tanto uso, como si ellas también habrían sufrido durante esos años. La misma sensación se apodera del ambiente alrededor de los restos del Muro, que se encuentran en algunos lugares de Berlín.




A pesar de todo eso, Berlín no es una ciudad triste. La gente y los grafitis le dan mucho color. En la calle, en los vagones del tren y en los bares se puede ver todo tipo de personas: Skaters, Punks, gente con máscara de gases en los boliches, gente “chic”, mochileros, hippies, y más. La gente es muy abierta y todo tipo de sub-culturas han encontrado su lugar en la capital alemana. Berlín no juzga a nadie. O al menos esa es la sensación que me llevo de esa ciudad.


Stuttgart

El tren a Stuttgart fue mucho más fácil de encontrar una vez que aprendí a decir “JaauupBaunj(flema)auf”. Y es increíble la puntualidad de los alemanes. Solo tenía tres minutos para hacer una combinación de trenes en Munich, pero solo necesité diez segundos. El tren llego, baje, e inmediatamente llegó el otro en la plataforma del frente. Como si me hubiera estado esperando. Una utopía en nuestra tierra latina.

¿Por qué Stuttgart? Maren, una amiga alemana vive ahí y me invitó a su ciudad y la posibilidad de conocer una cultura diferente a través de una persona del lugar es mucho más especial que andar mochileando entre hostels llenos de gringos. Su familia me recibió como un hijo más, y me ayudaron a entender mucho más la cultura alemana. Para empezar las diferencias entre la gente del norte y del sur, de las grandes ciudades y de los pueblos más “artesanales”.

Tuve la suerte de que durante los días que me quedé ahí, se estaba festejando en Stuttgart el Volkfest. Una especie de Oktoberfest pero menos turístico, más local. Al principio no tenía mucho sentido. Era como un parque de diversiones pero había gente vestida de campesinos. Hombres con shorts un poco ridículos y camisas a cuadros, chicas con vestidos largos, flecos y peinados de muñecas. La gente comenzaba a tomar, obviamente cerveza, y algunos hasta ya se habían pasado de sus límites cuando recién eran las dos de la tarde.






A medida que comenzó a caer el sol, más “campesinos” comenzaron a llegar y entramos a unas cabañas de donde salía música a todo volumen. Los primeros segundos me quede quieto, tratando de entender que era lo que estaba viendo, y después no pude evitar reírme fuerte y con ganas. Ahora todo tenía sentido. La cabaña era mucho más grande de lo que parecía, unos cien metros de largo por no mucho menos de ancho, largas mesas formaban pasillos y la gente estaba parada sobre los bancos y las sillas abrazando un vaso de un litro de cerveza bailando y riéndose. Saltando, chocando vasos, saludándose, sacándose foto, cambiando de mesa. La alegría y la energía de una mesa se transmitían a la otra y era imposible no sonreír.




No había ni una sola persona seria de las miles que celebraban bajo los techos de esa cabaña. La banda tocaba temas muy simples y a veces se repetían, así que para cuando cayó la noche yo ya estaba trepado a las sillas cantando en “alemán”. No se quienes eran los que estaban al lado nuestro, en la misma mesa. Pero por unas horas eran como nuestros mejores amigos. PROOOSTT nos gritábamos cada vez que los vasos chocaban y derramaban un poco de espuma de cerveza sobre la mesa, que para ese entonces ya era un solo charco. No se como será en el Oktoberfest y en otros festivales, pero realmente me sorprendió que si bien cada uno había tenido en su mano al menos 3 o 4 vasos nadie estaba alcoholizado. No había gente en estados deplorables (no en la cabaña al menos) ni desubicados molestando. Era feliz, era sano, y era único. Una de las cosas más especiales que viví en este viaje.


lunes, 24 de octubre de 2011

Mon Cherie Paris





Es verdad. París es hermoso. La mezcla de lo chic elegante, lo bohemio exagerado y los fantasmas de revoluciones pasadas le dan una atmósfera especial a la ciudad. Los puentes y los cafecitos son indistinguibles. Jim Morrison sabía lo que hacía cuando se escapó a París.



Mi abuela (casualmente pintora) vino de visita cuando estaba dejando Portugal y me invitó a París después de Bélgica. En parte porque hacía 50 años que había visitado la capital francesa por ultima vez y probablemente porque vió “Medianoche en París”.

Sin embargo, puede que Woody Allen no tenga razón y que la mejor época de París haya quedado atrás. Las hordas de turistas, los puestos de kebab (comida rápida árabe) y las jugosas billeteras que vienen desde Asia rompen un poco esa burbuja y te hacen pensar que tan diferente es realmente de otras ciudades europeas o capitales del mundo.





Lo que no parece haber quedado en el pasado es la fama de la cocina francesa. Los platos son pequeños de vez en cuando, caros generalmente y rebuscados casi siempre, pero sin duda entre los mejores del mundo.

Es una lastima que París tenga un defecto: una buena cantidad de parisinos son realmente boludos. No les interesa ayudar al turista, menos si no habla francés. Se calientan por cualquier cosa. Y tienen una tremenda cara de “cul”. No todos, pero son un buen porcentaje entre la gente de mediana edad lamentablemente.





Al igual que Madrid, Barcelona y Lisboa, las huellas de la historia son parte de la ciudad. El sello del emperador N adorna puentes y monumentos y cada estatua y plaza le debe su honor a alguna gran batalla medieval, revolucionaria o imperial. La tumba de Napoleon. Las obras de arte en el museo de Louvre. La catedral de Notre Dame. El orgulloso arco del triunfo.. Te hace pensar un poco que joven es nuestra querida patria y que aislados estábamos en esos tiempos.






Es imposible hablar de París sin hablar de "ella". Largas piernas de hierro puro, vestida de cables y tornillos se para alta por encima de toda la ciudad. El monumento más alto del mundo en su momento todavía inspira respeto desde lejos, y vértigo a más de uno en el último piso a 300 metros de altura. Pero su verdadera magia esta de noche, cuando el vestido se enciende como fuego y miles de líneas de luz rodean la estructura. Todo París brilla más de noche y la vida se apodera del aire. Cruzar uno de sus puentes con una mujer hermosa del brazo, iluminados por la luz de los faroles y los reflejos del río puede volver el tiempo atrás.



domingo, 16 de octubre de 2011

Portugal

En lo que yo pude ver durante estos cuatro meses, Lisboa me pareció la ciudad más Latinoamericana de Europa. No tanto en la arquitectura sino en las personas, en las costumbres y en el estilo de vida.
Poco tiene del impecable orden alemán, de la bohemia parisina y de las ruinas romanas. Pero tiene todo lo que se necesita para vivir feliz: muchas canchas de futbol 5, un castillo, un barrio que solo vive de noche y algunas playas.
Las playas no son increíbles en Lisboa (son mejores al Sur). El agua es bastante fría y suelen estar llenas los fines de semana pero son ideales para salir del trabajo y tirarse en la arena hasta que oscurece. También se puede ir a cenar en alguno de los barcitos que dan a la playa y tomarse unas sangrías. Nada mal.




El centro de Lisboa tiene su encanto. Entre los tranvías que suben y bajan las innumerables colinas, la vista del Castillo de San Jorge que protege la entrada de la bahía y las callecitas adoquinadas que se mezclan como en un laberinto, Esta es la parte de la ciudad que te recuerda que todavía estas en Europa.




A unos minutos del castillo esta el barrio de Belem. Una zona ahora turística pero que hace varios siglos vio partir y llegar miles de barcos cargados de especias de Asia, piedras preciosas y esclavos de África y marineros sin futuro que eran enviados a las colonias del Brasil y África. Es en este barrio donde se puede comer uno de los orgullos Lisbonenses (¿existe esa palabra?): Los “pasteis de Belem”. Una factura de hojaldre rellena de una “crema especial” tipo pastelera, dorados en el horno y cubiertos de azúcar impalpable.





El norte de la ciudad es una zona más bien residencial, de shoppings y de autopistas. Ahí es donde están los estadios de fútbol de dos de los tres equipos mas grande de Portugal: Benfica y Sporting.




Barrio Alto es un lugar muy especial. Es un área de cinco cuadras de lado, donde hay más restaurantes, bares, clubes y puestos de bebidas que adoquines en las callecitas. El Barrio comienza a tomar vida cerca de las 10 de la noche y dura hasta las 3 de la mañana. Durante esas horas ningún policía pone pie en los adoquines, y nadie se queja de nada. La gente toma, baila y se ríe en la calle, como si fuera el patio de su casa. Eso si, a las 3am, todas las persianas de los locales caen, como si el malo de una película de vaqueros hubiera llegado al pueblo y la máquina limpia calle comienza a correr a todos.



A unos cuantos kilómetros de Lisboa está la ciudad de Sintra. Una villa que creció alrededor de un castillo donde el paisaje es bastante especial y todavía se puede encontrar un poco de misterio en algunos rincones y casas abandonadas. Como la “Quinta de Regaleira”, una mansión de un portugues muy importante que parece estaba involucrado en alguna logia masónica, y ahora el palacio esta abierto al público. Lastima que el pueblo no esta preparado para recibir mucha gente y las calles angostas y empinadas no ayudan a evitar los embotellamientos.





A cuatro horas de colectivo desde Lisboa está Porto, otra ciudad muy importante de Portugal, famosa por sus vinos y su equipo de futbol. Es más pequeña que Lisboa, y tiene un ambiente diferente. Con grandes puentes uniendo las distintas partes de la ciudad y una rivera a lo largo del río, es una escapada perfecta para un fin de semana. (Perdón que no hay fotos de Porto, me quede sin baterías)
No voy a mentir, esperaba un choque cultural un poco más grande y no lo tuve en Europa. ¿Será que Buenos Aires es muy “Europea”?¿Será que somos tan poco originales? Sin embargo no me puedo quejar. Lisboa es una ciudad muy interesante y los portugueses son gente muy viva, mucho más amigable y “relajada” que el resto de Europa, mucho más latinos.